El movimiento obrero. Los años 60 trajeron la movilización laboral, impulsada por el desarrollo económico, en las regiones industriales y mineras, además de las grandes ciudades. Los sindicatos clandestinos, CCOO (Comisiones Obreras) y USO (Unión Sindical Obrera), vinculados al PCE y al sindicalismo católico, lograron infiltrase en la organización sindical del Movimiento a partir de la Ley de Convenios Colectivos del 58.
La movilización estudiantil. En el seno universitario tuvieron lugar algunas de las primeras manifestaciones de oposición al régimen, cuando en 1956 se produjeron enfrentamientos entre estudiantes falangistas y demócratas. Entre los detenidos figuraban hijos de destacados franquistas. Una década después la agitación universitaria se generalizó, apoyándose en las estructuras del propio Sindicato de Estudiantes Universitarios (SEU), donde se infiltraron antifranquistas vinculados al PCE y al FLP (Frente de Liberación Popular, más conocido como el “Felipe”). El ambiente universitario se caracterizó por la permanente conflictividad y agitación en reclamación de democracia. Por ello fue objeto de una continua vigilancia y represión.
El distanciamiento de la Iglesia. El Concilio Vaticano II supuso un acercamiento de la organización y la doctrina católicas a la sociedad contemporánea. La consecuencia inmediata fue el distanciamiento respecto al régimen franquista. De ser uno de sus más recios pilares, guardiana de la moralidad española, encargada de adoctrinar a la población, pasó a dar cobijo a los movimientos de protesta, sobre todo a través del sindicalismo cristiano: las Juventudes Obreras Católicas (JOC) o la propia Unión Sindical Obrera (USO), incluso Comisiones Obreras, vinculadas al PCE, encontraron en las sacristías locales para sus reuniones clandestinas, y la figura del cura “rojo” se hizo popular en las barriadas obreras de nueva creación. Pero incluso la jerarquía se fue distanciando para exigir la democratización del país, siendo especialmente importante en este sentido la figura del cardenal Tarancón. El momento de mayor tensión se vivió en 1974 a raíz del “asunto Añoveros” que enfrentó a la Iglesia con el Estado franquista cuando el obispo de Bilbao reclamó el reconocimiento de la identidad cultural vasca, lo que se interpretó como un ataque a la integridad y unidad del Estado, máxime cuando Carrero Blanco había sido asesinado por ETA unos meses antes. Arias Navarro pretendió expulsar de España al obispo, pero ante la amenaza papal de excomunión, tuvo que retractarse.
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