El Plan de Estabilización de 1959
El aperturismo político y las consecuencias negativas de la autarquía (inflación, balanza de pagos deficitaria y carencia de divisas) hacían insostenible la situación económica del país, al borde de la bancarrota. Los nuevos ministros del Franco, los jóvenes tecnócratas del Opus Dei se propusieron sustituir el intervencionismo económico fascista por la economía de mercado. Con ese objetivo se aprobó el Plan de Estabilización en 1959, por el que se eliminaban las trabas a la importación y al comercio, entre otras medidas, buscando el equilibrio de la balanza de pagos y la atracción de capitales externos. Estuvo precedido por un conjunto de Medidas Previas(1957) para frenar la inflación y abrirse al mercado exterior consistentes en la devaluación monetaria, la congelación salarial y el control del gasto público.
Los resultados inmediatos provocaron una recesión al reducirse la renta de los trabajadores (por la congelación salarial) y aumentar el paro (muchas empresas cerraron al no poder asumir la modernización). Pero desde 1961 el relanzamiento económico era patente, viviendo el país uno de los procesos de crecimiento más acelerados de nuestra historia (“el milagro español”). En menos de diez años España pasó de ser un país agrario, casi preindustrial, a situarse entre las diez potencias industriales.
Las bases del crecimiento económico
No obstante, el principal factor de crecimiento fue la llegada al país de un importante contingente de divisas que permitió equilibrar la balanza de pagos y cuyas tres fuentes de procedencia eran la emigración, el turismo y la inversión extranjera. La primera se había incrementado con los efectos inmediatos del Plan de Estabilización; la crisis y el paro encontraron salida en la emigración a una Europa necesitada de mano de obra barata y sin cualificar. En cuanto al capital extranjero (principalmente francés, norteamericano, alemán, suizo y británico), acudía atraído por los bajos salarios y la desmovilización de los obreros españoles, que aseguraba la total ausencia de conflictividad laboral, además de la permisividad de la legislación española en materia de contaminación. Como se ve, las principales bases del desarrollo español eran externas.
La industria española experimentó un gran crecimiento, pasando a ser un país exportador. La siderurgia y metalurgia, química, naval, la producción de electrodomésticos y automóviles, fueron las ramas industriales más importantes.
Para planificar este crecimiento se crearon los Planes de Desarrollo, dirigidos por Laureano López Rodó, en vigor entre 1964 y 1975; y los Polos de Desarrollo. Estos últimos, creados con la finalidad de reducir los desequilibrios territoriales, establecían zonas en las que se potenciaba el asentamiento de industrias mediante incentivos y rebajas fiscales. Zaragoza, Valladolid, Valencia, Sevilla, Málaga, etc., entre otras muchas capitales, tuvieron esta consideración para distribuir la industrial fuera de Cataluña y el País Vasco. Sin embargo, no se cumplieron los objetivos ni se corrigieron esos desequilibrios; además, el sector industrial centró todos los esfuerzos en detrimento de la agricultura y los servicios, y el impulso desarrollista no tuvo en cuenta el deterioro del medioambiente, las condiciones laborales abusivas o el derroche de energías.
En el sector servicios, además del desarrollo del comercio, la banca y la administración, el turismo fue la actividad más importante. Los turistas empezaron a acudir masivamente atraídos por el sol, las playas y, sobre todo, los precios de España, que acogía a los trabajadores europeos en sus vacaciones. A través de ellos llegaban las novedades que tanta repercusión social tendrían en nuestras costumbres (música moderna, “bikini”, moda, aperturismo moral, etc.).
La agricultura fue el sector más olvidado. Su atraso impulsó la emigración hacia las ciudades o hacia el exterior y ésta, a su vez, obligó a introducir, finalmente, la mecanización y a buscar técnicas de cultivo que incrementaran los beneficios. La concentración de la propiedad, fruto de esa misma emigración, y la producción para el mercado fueron otras importantes novedades. Si en 1950 la mitad de la población activa se ocupaba en la agricultura, veinte años después este sector representa una cuarta parte, mientras que la construcción y la industria, con un porcentaje similar a los servicios, pasan a encabezar las estadísticas. Finalmente se había producido la “revolución agraria” en España.
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