La caricatura permite analizar la perversión del sistema electoral durante la Restauración, único modo de imponer la alternancia política, aunque sea anterior a éste periodo, pues se publicó en la revista "La Carcajada" en 1872, durante la monarquía de Amadeo I. Ya entonces Sagasta, desde la presidencia del gobierno, procuró que los resultados electorales le otorgaran la mayoría en el parlamento. Esta práctica de la manipulación electoral, no fue "inventada" por la Restauración ni exclusiva de dicha época, aunque sí una de las características del régimen.
Vemos en el dibujo una comitiva formada por numerosos personajes que representan de forma satírica los vicios del sistema electoral vigente:
- La compra de votos se aprecia en la carretilla con la inscripción “votos al por mayor ”
- El “pucherazo” representado en el urna ya llena de votos, preparados convenientemente antes de que se inicie la votación
- El control que los alcaldes, como último eslabón de la cadena, tienen sobre los electores y que no dudan en ejercer a través de la Guardia Civil
- Los partidarios de la oposición, maniatados y detenidos, aparecen tras la pancarta “electores que iban a votar”
- Las coacciones y la violencia física están representados por los personajes con bastones y los lisiados que procesionan tras ellos
- El ejército, como garante del sistema, marcha al final de la “procesión” de vicios.
- Finalmente, Sagasta, sobre un embudo, es llevado a hombros por todos aquellos que se benefician del sistema y que le están agradecidos. El mismo embudo representa el filtro de los votos que, incluso tras concederse el sufragio universal masculino en 1890, eran manipulados. La violencia física y el control “legal” del proceso están simbolizados por las dos figuras que flanquean a Sagasta y su embudo.
El sistema canovista se basaba en la alternancia política de los dos partidos dinásticos, Liberal y Conservador. Sólo manteniendo dicha alternancia las cosas permanecían en su sitio. El éxito de Cánovas consistió en integrar a los ahora llamados Liberales (antes progresistas y demócratas) que, al participar del poder político, renunciaron a los pronunciamientos militares y la revolución como vía política. El único problema era que todo el aparato institucional era fraudulento, sacrificando la verdadera democracia.
Cánovas renovó a la Unión Liberal, su partido, integrando en ella a los antiguos moderados para formar, todos juntos, el Partido Liberal Conservador, defensor del liberalismo doctrinario. Su ideología partía de la defensa de la soberanía compartida, el sufragio censitario y los intereses de la oligarquía. Pero, para el buen funcionamiento del sistema, era preciso contar con una oposición que colaborara en el mantenimiento del mismo, apoyara a la restaurada monarquía y compartiera el ejercicio del poder. Esa oposición estuvo representada por el Partido Liberal Fusionista, en el que Práxedes Mateo Sagasta agrupó a progresistas, demócratas y republicanos moderados. Heredaron de aquellos al defensa de los derechos y libertades, incluido el sufragio universal masculino y el laicismo.
El turnismo, consagrado por el Pacto del Pardo (1885), a la muerte de Alfonso XII, preveía la alternancia pacífica de ambos partidos. Cuando el partido gobernante se desgastaba por el ejercicio del gobierno o por disensiones internas, el rey encargaba la formación de un nuevo gobierno al partido hasta ese momento en la oposición, a la vez que disolvía las Cortes. El nuevo gobierno organizaba las elecciones legislativas que siempre ganaba por amplia mayoría. Para hacer esto posible, desde el Ministerio de Gobernación se distribuía a los gobernadores provinciales la lista con los candidatos que debían salir elegidos en cada provincia (“encasillado”). A su vez, el gobernador debía hacer llegar a los caciques locales dichos listados y este, utilizando su capacidad de presión, conseguía los resultados apetecidos. Normalmente no necesitaba recurrir a la violencia, pues era suficiente su poder para otorgar beneficios a cambio de votos o para amañar los resultados (“pucherazo”). Solo las ciudades escapaban a esta red de clientelismo y corrupción, pues allí era más difícil la dependencia del cacique. Por eso el voto urbano, sobre todo desde que se estableció el sufragio universal en 1890, era considerado más fiel a la voluntad popular y fue en este medio donde los republicanos consiguieron representación. En el campo, por el contrario, el analfabetismo y la dependencia económica de una población muy pobre, hicieron posible el buen funcionamiento de todo el engranaje, supervisado por los ayuntamientos que, además de elaborar el censo, presidían las mesas electorales.
Los liberales, siempre más proclives a la concesión de libertades, concedieron el sufragio universal y la libertad de prensa, permitiendo el desarrollo de la crítica al sistema en los periódicos, como esta viñeta de la revista La Flaca.
2 comentarios:
Muy buen comentario, me ha sido muy útil. Muchas has gracias por la información
Me ha sido muy útil. MUCHAS GRACIAS!
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