Para institucionalizar el nuevo Estado, el franquismo se valió del Movimiento Nacional, el partido único creado en 1937, cuando el Decreto de Unificación integró a todos los grupos que habían apoyado la insurrección militar (carlistas, alfonsinos, falangistas, etc.) en Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista. La prohibición de los partidos políticos, y la subordinación de FET y de las JONS a la figura de Franco llevó a que se evitase el término “partido” incluso para esta organización, conocida siempre como “el Movimiento”. Éste suministraba los cuadros dirigentes y permitía encuadrar a la población, a la vez que adoctrinarla, en nuestra peculiar democracia “orgánica”. Falange se encargó de trasmitir la doctrina política del franquismo a los jóvenes través de la “Formación del Espíritu Nacional”, asignatura obligada en los centros de enseñanza.
Vinculado a él, la Organización Sindical, vertical y de obligada sindicación, integraba a patronos, técnicos y obreros, organizados por ramas productivas bajo el control del Movimiento, prohibiéndose los sindicatos de clase.
Esta organización social y política se autodefinía como democracia orgánica, basada en la familia, el municipio y el sindicato, unidades nacionales que representaban a la sociedad, en un fiel reflejo del corporativismo fascista. Es decir, frente al sufragio directo e individual de la democracia occidental (calificada peyorativamente como inorgánica), se defendía el sufragio indirecto y corporativo; y el partido único frente al pluripartidismo democrático.
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