14/12/10

La Guerra de Cuba en la literatura


Abrió Quart la carpeta. Contenía viejos recortes de prensa y revistas ilustradas, y todo se refería al final de la guerra de Cuba y el desastre naval del 3 de julio de 1898. Una portada de La Ilustraciónreconstruía en un grabado artístico la destrucción de la escuadra del almirante Cervera. También había una página con el relato de la batalla, un plano de la costa de Santiago de Cuba, grabados de los principales jefes y oficiales muertos en el combate (…). Más abajo, en la misma página, estaba el texto:
«... Mientras el Infanta María Teresa, tras soportar durante casi una hora el fuego concentrado de la escuadra norteamericana, encallaba en la costa envuelto en llamas, el resto de los barcos españoles iba saliendo uno tras otro por la boca del puerto de Santiago, entre los fuertes de El Morro y Socapa, siendo recibidos en el acto por una densa concentración de artillería de los acorazados y cruceros de Sampson, cuya superioridad artillera y de blindaje era aplastante. Con sus torres inutilizadas, acribillados puentes y superestructura y con enorme número de muertos y heridos a bordo, ardiendo todo su costado de babor, el Oquendo pasó ante el lugar en que estaba encallado su buque insignia, e incapaz de continuar, con su comandante (capitán de navío Lazaga) muerto, fue a encallar una milla más al oeste para no caer en manos del enemigo.
El Vizcaya y el Cristóbal Colón forzaron máquinas navegando paralelos a la costa, estrechados contra ésta por el diluvio de fuego norteamericano. Pasaron junto a sus compañeros destruidos, cuyos supervivientes intentaban ganar a nado la costa. Más rápido, se adelantó el Colón, mientras el infortunado Vizcaya quedaba bajo los impactos de todas las unidades adversarias. Ardió el navío, y tras intentar inútilmente su comandante (capitán de navío Eulate) embestir al acorazado Brookiyn, fue a embarrancar bajo el intenso fuego del loway el Oregón, con la bandera ardiendo, pues no fue arriada. Llegó después el turno del Colón (capitán de navio Díaz Moren), que a la una de la tarde, acosado por cuatro buques norteamericanos, indefenso sin artillería gruesa, fue arrojado contra la costa y hundido por su propia tripulación. Al mismo tiempo, más retrasadas y ya sin ninguna esperanza de sobrevivir, salían del puerto una detrás de la otra las unidades ligeras de la escuadra, los contratorpederos Plutón y Furor, a los que en las últimas horas se había unido el yate armado Manigua,cuyo comandante (capitán de la Marina mercante Xaloc) se negó a permanecer en el abrigo del puerto, donde su barco habría sido capturado con la ciudad a punto de caer. Estas pequeñas unidades, conscientes de la imposibilidad de escapar, fueron directamente al encuentro de los acorazados y cruceros norteamericanos. Embarrancó el Plutón (teniente de navio Vázquez) tras ser partido en dos por un grueso proyectil del Indiana, y fue echado a pique el Furor(comandante Villaamil) por el fuego del mismo acorazado y del Gloucester. En cuanto al ligero y rápido Manigua, salió el último por la boca del puerto de Santiago cuando la costa era ya una sucesión de barcos españoles embarrancados y en llamas, izó una insólita bandera negra junto al pabellón nacional, rodeó el bajo del Diamante soportando ya fuego enemigo, y sin vacilar puso rumbo a la unidad norteamericana más próxima, a la sazón el acorazado Indiana. De esa forma, el Manigua navegó tres millas acercándose en zigzag al acorazado, recibió un fuego intensísimo, y se hundió a la una y veinte minutos de la tarde, con la cubierta arrasada e incendiado de proa a popa, cuando aún intentaba embestir al enemigo.
Quart puso otra vez el recorte dentro de la carpeta y la devolvió al baúl, con el resto de los documentos. Ahora ya sabía qué miraban los ojos indiferentes del capitán Xaloc en el retrato publicado por la revista: los cañones del acorazado Indiana. Por un momento lo entrevió agarrado a la batayola del puente, entre el fragor de los cañonazos y el humo del barco incendiado, resuelto a terminar su largo viaje hacia ninguna parte.

A. Pérez-Reverte: La piel del tambor. Alfaguara. 1995

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