Fotografía de jornaleros detenidos
en Casas Viejas, en enero de 1933, tras el enfrentamiento entre anarquistas
y guardia civil, durante el Bienio Progresista (1931-33) de la II
República.
La imagen muestra a tres
campesinos detenidos y rodeados por la guardia civil después de los sucesos que
habían comenzado con el intento de asalto al ayuntamiento y al cuartel. La
política reformista del Bienio Progresista, en un contexto de crisis económica, con unos presupuestos
muy exiguos para los problemas que había que afrontar, la resistencia al cambio de la
vieja oligarquía y las ansias de transformación entre las clases populares
acabaron acorralando al gobierno, que se vio presionado a derecha e izquierda.
Pese al esfuerzo reformador, pronto surgió el descontento popular por la
moderación y lentitud de las reformas, particularmente la agraria, que alejó a
los jornaleros de la república y los llevó a la radicalización. Aumentó
considerablemente la conflictividad laboral, sucediéndose las huelgas y los
tumultos callejeros. En la UGT, y más en concreto en la sección agraria de este
sindicato, la Federación Nacional de Trabajadores de las Tierra (FNTT), que
había experimentado un rápido crecimiento debido a la esperanza de reparto de
la tierra, se impuso la radicalización y la postura rupturista con los
republicanos, cuya coalición se acabó disolviendo.
Entre los anarquistas también se
impuso la corriente más extremista de la FAI
(Federación Anarquista Ibérica), partidaria de la insurrección, que impulsó
duros enfrentamientos con la guardia civil. La agitación anarquista en el campo
andaluz desemboco en los sangrientos sucesos de Casas Viejas (enero de 1933). La policía intervino con dureza y la
imagen de Azaña salió muy deteriorada. La clase obrera se sintió desencantada
con la República. También en el PSOE tomó fuerza la línea revolucionaria de
Largo Caballero, partidaria de romper la colaboración con el gobierno.
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