La industria textil catalana se pudo asentar gracias a la existencia de una burguesía dispuesta a invertir las ganancias procedentes de la exportación de vino en una industria de bienes de consumo que, gracias al proteccionismo, tenía asegurado el mercado nacional, incluido el colonial hasta producirse la independencia. La dificultad inicial de falta de carbón se palió con la concentración fabril junto a los ríos y la disminución de costes mediante el empleo de mano de obra infantil y femenina, mucho más barata. La modernización técnica y la concentración de capital que permitió la transformación de las pequeñas empresas familiares en sociedades anónimas, dieron lugar a una reducción de costes y, por tanto de precios, con los que no podían competir los talleres textiles diseminados por otras regiones y que fueron cerrando. Por ser la región más industrializada, Cataluña fue también cuna del movimiento obrero español.
La siderurgia tuvo un débil comienzo por la escasa demanda de hierro debido a la falta de mecanización y por la carestía de la producción al no contar con combustible adecuado, el carbón de coque, que tenía que importarse de Gran Bretaña. La política ferroviaria, que permitía la libre importación de hierro y maquinaria para fomentar la construcción de la red viaria, tampoco contribuyó al desarrollo siderúrgico. El primer foco se encontraba en Andalucía, en los años 1830/50. La carestía del carbón mineral, que se importaba del Reino Unido y, por ello estaba gravado con impuestos, se traducía en unos elevados costes de producción, lo que hizo poco competitivo al hierro andaluz frente al vasco, pues la siderurgia vasca consiguió coque barato a cambio de hierro de las minas de Somorrostro (Vizcaya). En conclusión, la falta de combustible llevó al fracaso de la siderurgia andaluza, base para del desarrollo industrial. La pobreza de una población campesina tampoco alentaba la producción de industrias de consumo, como la textil o las de transformación agraria.
Asturias desplazó a Andalucía en este sector industrial desde mediados de siglo al contar con minas de carbón de hulla, aunque las dificultades del transporte y la escasa demanda, unidos a la libertad de importación de hierro que concedía la Ley de Ferrocarriles de 1855, limitaron la expansión de este sector. Desde el último cuarto del siglo XIX el principal foco siderúrgico estará en el País Vasco, que cuenta con la ventaja de poseer una materia prima de excelente calidad (el mentado hierro de Somorrostro) que intercambia por carbón inglés a precios competitivos. Además, por esas fechas se ha desarrollado el convertidor de Bessemer, que permite obtener acero con menor consumo de combustible. La concentración empresarial, de la que el mejor ejemplo son los Altos Hornos de Vizcaya, es otro factor de capitalización y recorte de costes de producción. La política económica también resulta favorable, dado que el arancel de 1891 pone fin a los privilegios de las compañías extranjeras que habían llevado a acabo la construcción ferroviaria, y los suministros estatales, fundamentalmente la marina de guerra, constituyen un importante mercado al que abastecer. El abaratamiento de los precios contribuyó al desarrollo de la metalurgia de transformación.
En cuanto a la industria de consumo, sólo destacará la de transformación agraria en Valencia, como la harinera, aceitera, jabonera, conservera, vitivinícola, etc. que, además, potenciará otras industrias: química, mecánica, de embalajes, etc. Aunque en muchos casos tiene un carácter más artesanal que industrial.
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